NO HAY NINGUNA RELACIÓN, por supuesto, entre el juicio al célebre gánster James "Descafeinado" Bulger y la reciente oleada de escándalos y secretos que han visto la luz y que perturban a la administración Obama. ¿O sí?
La corrupción de las instancias federales de la administración pública es un elemento clave de la carrera delictiva de Descafeinado Bulger (aquí en una ficha policial de 1955 en Miami Beach). Los agentes que tenían encomendado proteger a la población de gánsteres como Bulger utilizaron en lugar de eso su importante poder para proteger al gánster. |
La justicia penal y el estado de derecho son funciones esenciales del Estado. Ninguna sociedad civilizada puede sobrevivir mucho si carece de las herramientas para combatir la anarquía u obligar a responder por sus crímenes a los personajes peligrosos. Y Bulger era desde luego peligroso — "uno de los criminales más virulentos y violentos que ha pisado nunca las calles de Boston", según se refería a él el ayudante del fiscal Fred Wyshak al resumir el proceso la pasada semana.
Pero Bulger no es el único procesado de la audiencia federal de Boston. También está imputado el gobierno que le juzga. Bulger y sus acólitos pueden ser marginales que perpetraron los grotescos homicidios y demás crímenes de los que tuvo conocimiento el jurado durante las 35 jornadas de testimonios a veces difíciles. Pero fueron otros marginales, en el Departamento de Justicia y el FBI, los que durante mucho tiempo hicieron posibles los sangrientos delitos de Bulger. Contaron con Bulger como confidente, le protegieron de las investigaciones de la policía y le avisaban siempre que era inminente la presentación de algún cargo. "Si el FBI no hubiera hecho de Descafeinado su delincuente favorito, no hubiera vulnerado el reglamento y no hubiera manipulado las circunstancias a su favor", concluye el periodista David Boeri, "Bulger nunca hubiera llegado tan lejos como llegó".
La corrupción de las instancias federales es el elemento clave del juicio de Bulger, igual que lo fue de una gran parte de su sádica carrera. Los agentes que tenían encomendado proteger a la población de gánsteres como Bulger utilizaron en lugar de eso su importante poder para proteger al gánster.
Sería un consuelo creer que se trata de un suceso puntual, que las agencias del orden nunca explotan su autoridad, que los enormes poderes de la administración federal son siempre utilizados con integridad escrupulosa. Pero nadie se cree eso.
Mientras se celebraba en Boston el juicio de las actividades ilegales de Bulger, saltaban a los titulares otras crónicas de extralimitación federal, secretos y obstrucción a la justicia: El escándalo de la agencia tributaria, que durante más de dos ejercicios se cebó con los grupos civiles conservadores con intimidación y alevosía. La calificación sin precedentes de "colaborador necesario" por parte del Departamento de Justicia del periodista especializado en temas de Interior James Rosen para seguir su correo electrónico personal, y la decomisión irregular por su parte de las listas de llamadas de hasta una veintena de reporteros y editores de Associated Press. El descubrimiento de que la acumulación de información procedente de las comunicaciones nacionales por parte de la Agencia de Seguridad Nacional es mucho más intensiva de lo que se sabía anteriormente, recabando al parecer la agencia millones de informaciones de espionaje procedentes de gigantes estadounidenses de internet como Google, Facebook o Skype.
El Presidente Obama insiste en que nada de esto debe minar la confianza en el gobierno federal. "Habéis crecido escuchando voces que advierten de forma incesante de que el Estado no es más que una entidad siniestra con vida propia", advertía en mayo a la promoción universitaria de la Universidad Estatal de Ohio. "Deberíais rechazar esas voces".
James Madison advirtió que el poder político es peligroso. "La enorme dificultad reside en esto: Hay que hacer posible en primer lugar el gobierno para controlar a los gobernados; y a renglón seguido ponerle límites para que se controle". |
En rueda de prensa en junio, aseguró de igual forma a los estadounidenses que no tenían que preocuparse de que se estuvieran explotando las considerables operaciones de obtención de información de la Agencia de Seguridad Nacional. "Tenemos la supervisión legislativa y el control judicial", dijo. "Y si la gente no puede confiar no sólo en el ejecutivo, sino tampoco en el Congreso y no se fía de que los magistrados federales se cercioren de que respetamos la Constitución y el estado de derecho y los mecanismos judiciales, entonces es que aquí tenemos un problema".
Según Gallup, casi la mitad de los estadounidenses están convencidos de que el gobierno federal "representa una amenaza inmediata a los derechos y las libertades de la ciudadanía común." Un sondeo Rasmussen plantea si es probable o no que los datos informáticos obtenidos por la agencia sean utilizados por el Estado para acosar a los rivales políticos; el 57 por ciento dice que sí. Va a ser que sí tenemos un problema.
O a lo mejor los estadounidenses se están acordando de que la administración pública es siempre peligrosa, con independencia de la formación en el poder. "Si los hombres fueran ángeles, no haría falta ningún gobierno", escribió espléndidamente James Madison. Por desgracia, los hombres nunca son ángeles, ni siquiera aquellos en los que se confía la autoridad política. "Al articular un Estado que va a estar administrado por unos hombres sobre otros, la gran dificultad reside en esto: Hay que hacer posible en primer lugar el gobierno para controlar a los gobernados; y a renglón seguido ponerle límites para que se controle".
El juicio de Bulger, el escándalo de la agencia tributaria, nuestro desproporcionado estado policial – son sólo los recordatorios más recientes de que la mejor administración pública del mundo depende de seres humanos, con todos sus apetitos y tentaciones humanas. Políticos, reguladores y agentes de orden público son igual de dados que todo hijo de vecino a tener conductas desleales. La administración pública es peligrosa, y siempre debe ser manipulada con precaución.
(Jeff Jacoby es columnista de El Boston Globe.)
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