"No había un pupitre, ni mesa, en todo el aula que no estuviera salpicada de sangre o cristales. Había agujeros de bala por todas partes -- por todas partes".
Esa descripción es de Janice Ballenger, oficial en funciones para crímenes violentos del condado de Lancaster County, Pa. Se encontraba entre las primeras en entrar en la West Nickel Mines Amish School después de que Charles Roberts asesinara a cinco niñas e hiriera de gravedad a otras cinco la semana pasada. Uno de los cadáveres que examinó era de Naomi Rose Ebersol, una niña de siete años que había sido alcanzada más de veinte veces. "Arrodillarse junto al cadáver y contar todos los agujeros de bala", relataba una agitada Ballinger, "fue la peor parte".
¿Cómo reaccionan los seres humanos civilizados ante tal atrocidad? ¿Con horror? ¿Rabia? ¿Odio?
Los amish no.
Preguntada por un reportero si la comunidad estaba furiosa por los asesinatos, una abuela amish, Lizzie Fisher, se mostraba impávida. "Oh, no, no, definitivamente no", decía. "La gente no siente eso por aquí. Simplemente no".
Roberts planeó su ataque meticulosamente, haciendo un inventario de los suministros que necesitaría y después comprándolos gradualmente a lo largo de un período de seis días. Simplemente leer el inventario pone la piel de gallina: clavos, tornillos, llaves inglesas, balas, armas, cascos, planchas de madera, cuerda. Roberts llevó lazos de plástico para atar los pies de sus víctimas, cadenas y cepos para sujeción, y tubos de K-Y Jelly, un lubricante sexual. Tenía una muda, papel de baño y un cubo. Aparentemente "planeaba atrincherarse durante un largo asedio", infería un oficial de la policía estatal de Pennsylvania, y "pretendía convertir a estos niños en víctimas en muchos sentidos antes de ejecutarlos". En lugar de eso, intimidado quizá por la llegada de la policía, Roberts abría fuego sobre sus jóvenes rehenes.
Confrontada por una perversidad tan premeditada, ¿qué persona decente no herviría de furia y revulsión? ¿Qué padre o abuelo no clasificaría tal masacre no sólo como inenarrable, sino más allá de lo perdonable?
Los amish no.
"No creo que haya alguien aquí que quiera hacer algo aparte de perdonar", era citado diciendo un residente del condado de Lancaster. "No necesitamos pensar juicios; necesitamos pensar en el perdón y seguir adelante". Muchos lugareños anunciaban su perdón de Roberts directamente a su esposa e hijos.
En la CNN, un pastor local recordada cómo el abuelo de Marian Fisher, una de las niñas asesinadas, instaba a los parientes más jóvenes a no odiar a Roberts por matarla.
"Mientras estábamos junto al cadáver de esta niña de 13 años, el abuelo instruía a los jóvenes, estaba... diciendo a la familia, 'no debemos desear el mal a este hombre'", decía el reverendo Robert Schenck. "Fue una de las cosas más conmovedoras que he visto en veinticinco años de servicio cristiano".
No puedo negar que es profundamente inspirador ver lo seriamente que los amish luchan por cumplir la advertencia de Jesús de devolver bien a cambio de mal y poner la otra mejilla. Para muchos cristianos, la determinación amish de perdonar al asesino de sus hijas quita el aliento. En su blog Beliefnet, el siempre elocuente Rod Dreher se maravilla de la noticia de la CNN del abuelo amish. "¿Podría usted hacer eso?" escribe. "¿Podría usted estar junto al cadáver de una hija muerta y decir a los jóvenes que no odien a su asesino? Yo no podría. Por favor, Dios, conviérteme en el tipo de hombre que podría".
Pero el odio no siempre está mal, y el perdón no siempre se merece. Admiro la resolución de los aldeanos amish por cumplir sus ideales cristianos incluso en mitad de un trauma, pero ¿cuántos de nosotros querríamos vivir en una sociedad en la que nadie se enfada cuando son masacrados niños? ¿En la que incluso los actos más horribles de crueldad siempre fueran perdonados instantáneamente? Hay un tiempo para amar y un tiempo para odiar, enseña el Eclesiastés. Si algo merece odiarse, ciertamente es el asesinato sin pena de inocentes.
Perdonar voluntariamente a aquellos que te han querido es bonito y digno de elogio. Es lo que Jesús hizo en la cruz, lo que hacen los cristianos al rezar el Padrenuestro, lo que hacen los judíos cuando recitan el Kriat Sh'ma antes de dormir. ¿Pero perdonar a aquellos que han herido -- que han asesinado -- a alguien más? No puedo ver de qué modo el mundo se convierte en un lugar mejor asegurando a alguien que haría a otros cosas terribles que después será perdonado solícitamente, incluso si no muestra arrepentimiento.
No hay indicios de que el asesino de este caso pueda haber sido presa de la depresión o las alucinaciones -- dejó notas de suicidio que hablaban de la pena incesante por la muerte de su hija pequeña, y de ser atormentado por sueños de abusar de niñas. Quizá fue la locura más que el mal lo que le empujó a cometer este horror, en cuyo caso el perdón es más comprensible.
Pero los amish dejan claro que su reacción sería la misma de cualquier manera. No les deseo nada malo, pero no me gustaría ser como ellos, reaccionar a crímenes terribles con perdón y desinterés. "Que aquellos que aman al Señor odien el mal", rezan los salmos. El asesinato de las niñas amish fue un mal profundamente odioso. No hay nada divino en simular que no lo fue.
Jeff Jacoby es columnista de The Boston Globe. Sus artículos pueden recibirse en http://www.jeffjacoby.com